24 diciembre, 2020

Tiempo para el espíritu

Por Josefina Leroux

 

“Diciembre me gustó pa’que te vayas”, dice la letra de una canción de José Alfredo Jimenez, “no quiero comenzar el año nuevo con este mismo amor, que me hace tanto mal”.  La vieja canción describe la realidad afectiva de aquellas parejas que han sufrido malos tratos.

El último mes del año es de cierres y de cumplimiento de plazos para acabar con malos hábitos, vicios y relaciones tóxicas.

La gente ve el inicio del año como una esperanza para renovarse y diciembre  el mes para finiquitar y despedir los males para dejarlos en el año que se agota.

Como si el calendario marcara en estos meses límites  más claros que cualquier en otra época del año. Límites asociados a simbolismos que el último mes  trae consigo en nuestra cultura.

En el sentido religioso, para la Iglesia Católica, la Navidad significa el inicio de un año litúrgico lo cual implica una preparación. El adviento significa “llegada” para la que los  católicos deben estar vigilantes y receptivos. Durante cuatro domingos preparan su alma para recibir a Cristo, su salvador.

El recuerdo de su nacimiento debe celebrarse entre todos con un estado del espíritu que se refleja en lo social  a través de la oración, la generosidad y la caridad.

Así, este México bronco y violento es el mismo que hace un paréntesis para apaciguar su rabia y darle espacio a la paz interior para congregarse con sus iguales, reunirse con familiares y amigos para celebrar las posadas no obstante se vaya quedando atrás el origen y significado: el peregrinar de María y José para llegar a Belén.

Tal vez este año de sufrimiento renazca la costumbre en los hogares de las Corona de Adviento, un círculo de follaje verde envuelta en un listón rojo con cuatro velas, para encender una a una cada domingo antes de Navidad, con la reflexión en familia de lo que significa para cada una el nacimiento de Jesús en su corazón.

Diciembre del 2020, dejó de ser el mes de celebraciones, el mes de las fiestas y los brindis. Esta Navidad será solitaria y triste, en duelo por los que perdieron la batalla ante un nuevo virus. Las convocatorias este año serán para agradecimientos y compartir lo vivido.

La magia de la Navidad hace un paréntesis en la vida, interrumpe el tedio, las rutinas, el hartazgo incluso de la propia existencia dolorosa o vacía.

El espíritu navideño se observa en la multiplicación de campañas para obsequiar cobijas a indigentes, juguetes para los niños, comida caliente para quienes viven en la calle.  A pesar de a veces ser estos actos sólo para tranquilizar una conciencia negligente, las buenas obras tienen efecto para los demás. Así son las llamadas a familiares lejanos o el regalo anual a quienes durante el año no se recuerda.

Las familias extrañarán a sus muertos pero recordarán los años en los que todos convivían. Desde la fe, la muerte es resurrección y hasta los incrédulos en Navidad, reviven a los suyos y con su recuerdo los hacen inmortales.

Que sirva este etapa espiritual para transformar nuestros usos y costumbres más excluyentes, los más egoístas o violentos.