10 septiembre, 2013

UN NUEVO MATRIMONIO

Por Josefina Leroux

nuevos-matrimoniosPobres de aquellos que no ven de la sexualidad más que una respuesta biológica.

La familia comienza con la unión de una pareja, la célula de la sociedad es la pareja antes que una familia.

Las formas de unión entre las parejas y las características de las familias han variado desde los comienzos de la historia de la humanidad.
En Mesopotamia y entre los hebreos, los matrimonios se consumaban cuando las niñas tenían 11 o 12 años de edad; en Egipto, a veces tan temprano como a los 6.
Las uniones del primer siglo eran regidas por una ley judía por la que no se reconocían contactos sexuales, excepto de la unión de marido y mujer y solamente para la procreación de los hijos.
Los matrimonios en Atenas eran arreglados, las esposas rara vez comían con sus esposos, y excepcionalmente salían a la calle. La mejor edad para contraer matrimonio era 30 años para el varón y 16 años para la mujer. La idea del hombre casado era la de convivir con sus amigos para escaparse de vez en cuando en las noches con la esposa. Contaban con: las hetairas para el placer, las concubinas para las necesidades diarias, y con las esposas para legitimizar los niños y se encargara de hacer las labores hogareñas.
La virtud de la castidad empezó a cobrar importancia en primeros siglos, claro la castidad de las mujeres, por lo que era legalmente permitido matar a la esposa a la que sorprendiese en acto de adulterio. El quehacer de las esposas se concretaba a tareas de la casa y cuidar a los hijos. Para muchas mujeres esto era suficiente, abdicaban a su libertad -de la que algunas ni siquiera eran conscientes- en intercambio de alguna comodidad, asumiéndose dependientes emocional e intelectualmente de sus maridos.
En Roma existían tres formas de matrimonio, uno para los ricos en el que la indisolubilidad se simbolizaba en una gran ceremonia. Otro para los que no tenían dinero, en los que la novia pasaba, de la mano del padre a la del esposo y a su familia, a los que de ahí en adelante pertenecía. Y otra forma de unión era el que duraba alrededor de un año.
Con la aparición del cristianismo, la Iglesia empezó a considerar el matrimonio como una solución a la debilidad humana, refiriéndose a la necesidad de compañía, de ‘sexo’ y de niños.
Del siglo VII al XII, se creyó que ‘el consentimiento y no el sexo hacía el matrimonio’. Hasta que Tertuliano dijo, que la bendición del sacerdote podía transformar un acto pecaminosos en uno santificado.
Así fue, en el siglo XII o XIII que surgió el sacramento del matrimonio. El sexo conyugal era permitido solo si había niños en mente, de otra forma era pecado.
Hasta el S.XVI se dieron cambios importantes en el matrimonio. Tuvo mucho que ver la imagen de mujer, que fluctuó de considerarse solamente la madre de los hijos, a la dama virtuosa (o la cortesana), a la mujer activa y responsable que cuando el esposo se fue a las guerras, tuvo que enfrentarse sola a la vida.
La ausencia de los esposos también les dio la oportunidad de conocer otros hombres y explorar emociones que no conocían para cuando regresaron los maridos.
Sin embargo, la falta de educación de las mujeres siguió favoreciendo que el esposo fuera el que estuviera al mando, tomara iniciativas y el control.
A lo largo de las guerras y la promiscuidad, abundaron epidemias de enfermedades ‘venéreas’, que fueron contrarrestadas por un énfasis y controles estrictos de la moral de la época.
Se pensaba que la mujer virtuosa no conocía la fuerza del deseo sexual. El papel de madre era el que se buscaba todavía de la mujer en los matrimonios.
Hasta que la mujer pudo alcanzar su independencia económica que pudo verse a si misma y sentirse, como un ser aparte del padre, del esposo o de los hijos.
Obviamente, todo lo que ocurría en el mundo, también empezó a reflejarse poco a poco en el matrimonio.
Las parejas y los matrimonios que se dieron en este siglo XX, siguieron transformándose dramáticamente. Al principio, la mujer se casaba para encontrar quien la mantuvieran a ella y sus hijos. Cuanto más pasiva era el papel de la esposa, más estatus socioeconómico se denotaba, y más ansiado era ese rol.
Fue la mujer de la clase media quien con sus necesidades, reactivó una evolución pugnando por sus derechos.
Fueron nuestra abuelas o madres las que fraguaron los cambios. Madres pioneras que creyeron que algún día sus hijas podrían relacionarse, compartiendo además de las tareas, las satisfacciones con su pareja. Gracias a ellas y algunos varones adelantados a sus tiempos, se educaron las hijas igual que a los hijos. Así, los enviaron juntos a la universidad y los formaron con la esperanza del gozo.
Hoy los matrimonios son distintos, ya no es el arreglo económico ni social de los padres, lo que prevalece. Las parejas se casan por que ellos quieren compartir sus vidas. La mayoría de las mujeres ya no dependen del varón y se casan para ayudarse mutuamente.
En la medida de su igualdad de circunstancias y desarrollo, las pareja puede comunicarse y comprenderse mejor.
El papel de madre se turna con el de compañera o amante, de modo que no tiene que buscar una prostituta el marido para vivir sus fantasías.
Hoy, permanecen casada la pareja por compromiso mutuo, y son más importantes sus sentimientos y afectos que guardar una apariencia para tener contenta a la sociedad.
Son ambos los que trabajan y se embarazan, son los dos los que se desvelan para cuidar a los bebés. Hombres y mujeres pueden desarrollarse plenamente para encontrarse sin simulaciones ni escisiones. Maridos y esposas que se muestran tal y como son y así se aceptan con todo y sus defectos; son matrimonios que pueden amarse a veces y odiarse otras; parejas que luchan, pero también gozan hasta el éxtasis.
Benditos nuevos matrimonios; menos santos, mas sexuales, más humanos.