26 septiembre, 2013

¿Por qué se casa la gente?

Por Josefina Leroux

porque-secasa-lagenteVivimos en una cultura que presiona a la gente para casarse pero niega los recursos para hacerlo felizmente. La soltería termina para evitar la profecía de la soledad que asusta a mucha gente, pero al cabo de los años se da cuenta de que la más dolorosa de las soledades se vive en compañía.
Será que nuestra condición sexuada nos dicta ese destino al que no podemos escapar, o que la institucionalización de vivir en pareja le conviene a la sociedad para resguardar un orden. La escritora Evelyn Sullerot dice que es más fácil cambiar un hecho biológico que un hecho cultural. Existe mayor información exogenética, dice la autora de El hecho femenino, que la encontrada en los genes.
La influencia cultural cuestiona la biología como destino, la reproducción como mandato de la naturaleza. Somos sexuados pero, a diferencia de otras especies, somos libres para elegir reproducirnos, para vivir o no con alguien. La vida humana, con o sin pareja tiene sentido.

Antecedentes del matrimonio

Tal vez releer los antecedentes del matrimonio nos traiga luz para entender el poder de la legalización de uniones de pareja. El investigador de la Universidad del Bío-Bío de Chile, Luis Rojas Donat describe en su artículo “Para una historia del matrimonio occidental”, cómo surgió la formalización de las uniones de las parejas en el periodo de transición de la sociedad antigua a la medieval. En su gran diversidad de formas y tamaños la familia romana era un hogar que entre los poderosos incluía un centenar de personas y hasta animales, dice Rojas Donat. El padre era el propietario de esposa, parientes, hijos, sirvientes, esclavos, ganado y propiedades.
Las familias elegían los candidatos pero los contrayentes debían estar de acuerdo, luego otorgarse la dote por parte de la novia antes de realizar la boda.
Ya se obviaba la desventaja de género desde entonces pues era el padre de la novia quien debía ofrecer dinero o bienes a la del novio para concertar el compromiso. Este nuevo tipo de estructura familiar que enfatizaba la exclusividad sexual de la pareja comienza a practicarse hasta el siglo VI pero no es el común denominador todavía en el sigo IX, según Rojas Donat.
Es lógico pensar por qué resulta atractiva para las mujeres esta nueva institución conyugal. Después del matrimonio, el derecho de la nueva esposa pasaba del padre al marido. Lejos de sentirse las mujeres como un objeto, como se interpretó siglos después en el contexto del feminismo, esta pertenencia generaba prestigio y reconocimiento, además de los beneficios de la herencia, los que reforzaron la voluntad y vocación de casarse.

Sacralización del matrimonio

Pero la institución nupcial siguió evolucionando y entre el siglo IX y el XIII, se gesta otro valor familiar: los nexos emocionales y afectivos que desarrollaban sus miembros. En referencia al acto sexual, aunque el matrimonio era el único espacio permitido para realizarlo, el coito era considerado intrínsecamente malo como no fuera para la procreación.
Las relaciones carnales eran consideradas como un exceso dentro, pero también fuera del matrimonio. El castigo para el adulterio era especialmente perverso si quienes lo practicaban eran mujeres. A la fecha en lugares como la India, se lapida públicamente a la mujer infiel, hecho que no ocurre si es el hombre el fornicario.
Cuando se desarrolló la teología de los sacramentos, la unión carnal conyugal empezó a interpretarse como una metáfora de la unión espiritual de Cristo con la Iglesia. El sacramento moralizaba el acto sexual que había sido secularmente vergonzoso, lo que interesó particularmente al sexo masculino. De otra forma, el desahogo de sus impulsos resultaba peligroso para su salud. El contagio de sífilis y gonorrea eran interpretados como castigos divinos consecuentes con su lascivia. El orden (la monogamia) que supone la vida bendecida en pareja alienta el apoyo de la sociedad al matrimonio.
En el caso de las desposadas, acceder al apellido del esposo y asegurar su linaje, además de conseguir su manutención y la de sus hijos atrajo la atención de las mujeres. Aunque sólo quienes tenían una dote que aportar a la nueva familia, podían entrar al mercado matrimonial: carecer de recursos materiales dificultaba la posibilidad de casarse respetable y convenientemente. Esta costumbre sobre la dote prevalece en formas distintas a la fecha. Los padres de la novia pagan el ajuar, la fiesta en la boda, regalan una casa o invitan a la pareja a vivir con la familia para ahorrarles una renta.
Pero esta ayuda no se da si permanecen solteras, especialmente si son hijas. Al contrario, los padres las tratan como niñas. En Michoacán a las solteras les dicen niñas-viejas. Paradójicamente son ellas quienes solventan gastos de la casa, y quienes, la mayoría de las veces, los cuidan cuando empobrecen o envejecen. “Al fin que no tiene familia”, dicen los hermanos casados. Ellas no sólo cuidan a sus padres enfermos, también a sobrinos o a quien necesite, como si no tuvieran vida propia por carecer de cónyuge.

La adultez o la madurez no se contemplan fuera del matrimonio

Inclusive para los varones, el celibato es una condición de desventaja para escalar laboralmente. Estar casado se interpreta en nuestra cultura, como en muchas otras, como un signo de madurez y una garantía de estabilidad, por lo menos durante algún tiempo, ahora cuando es más común el divorcio. Esa vuelta a la “soltería” vuelve incómodos a hombres y mujeres de la sociedad. En las empresas tanto como en los círculos sociales, las solteras son peligrosas y amenazantes. Se cree que su principal atención es la cacería de un buen partido.
Pero también el celibato cuestiona la orientación sexual del hombre solo. No pocas veces, en psicoterapia se liberan los deseos verdaderos y los miedos ocultos detrás de un casamiento para simular heterosexualidad.
La obsesión por tener una pareja es la causa de un sinfín de dificultades, no sólo para los adolescentes en el afán de conseguirla; también a los adultos y a los viejos por conservarla. La sociedad fomenta pensar y sentir la incompletud y el aislamiento en ausencia de una pareja. Por eso las mujeres y los varones experimentan infelicidad si no la tienen.

La figura del nosotros

El hallazgo del otro para conformar un nosotros es una meta cada vez más difícil. Ante la evolución de la conciencia, una pareja no se conforma ya con la elección conveniente de alguien para conformar una sociedad conyugal. No es suficiente una persona con un buen perfil para compartir una vida tan larga. A principios del siglo XX, el promedio de vida eran 40 años aproximadamente. Hoy alcanza los 75.
“De haber vivido en el siglo XXI, la Bella Durmiente y Blanca Nieves ya se habrían divorciado. Pasaron gran parte de su cuento de hadas sumidas en un sueño profundo y, tras despertar al calor del primer beso de amor, se casaron con un completo desconocido, algo que sólo termina bien en la literatura”, dijo el escritor Wilhelm Solms, en una ponencia en el congreso internacional de la Sociedad Europea de Cuentos de Hadas.
Para el cuentista Lindre Knoch, el tradicional «final feliz» no es producto de la casualidad, sino que siempre es consecuencia del trabajo bien hecho por parte del héroe o la heroína. De modo que para que la pareja sea feliz, ésta enfrentará enormes desafíos. No se trata, pues, de confiar en el enamoramiento, que dura entre 17 meses y tres años, según diversas investigaciones de la antropóloga Helen Fisher, entre otros. Esto no significa que la emoción inicial una vez pasado el enamoramiento, se pierda inexorablemente. El amor conyugal tiene estaciones: primaveras, veranos, otoños e inviernos que se repiten según las circunstancias que rodean a la pareja y a la evolución de su matrimonio. Sin embargo, en el mundo como en México, la tasa de matrimonios ha disminuido en los últimos años.
Si se toman como referencia los datos registrados por el INEGI, en el rubro de estadísticas de nupcialidad, encontraremos que, efectivamente, el matrimonio como institución ha venido perdiendo “rating” paulatinamente. Mientras en 1970 el índice era de 7.0; en 1980, de 7.1 y en 1990 repuntó hasta 7.8; a partir del 2001 bajó a 6.5 y, de ahí, a 5.7 registrado en 2004 y 5.6 al 2007 (matrimonios civiles por 1000 habitantes al año).
La experiencia de divorcio en cambio se ha incrementado al 11 por ciento en promedio nacional según el último censo del INEGI. Las parejas, pero sobre todo las mujeres no están dispuestas a negarse y sacrificarse de por vida como los hicieron sus madres o abuelas, porque era en ellas en quienes estaba fincada la estabilidad familiar. No significa que el egoísmo sea la causa de las separaciones, sino darse cuenta de que no existe voluntad o madurez para solucionar los problemas que les aquejan. Muchas veces no es falta de amor lo que lleva al divorcio, sino la desesperanza de seguir compartiendo la vida vinculados y en armonía.

Eterna disponibilidad

La paradoja es que en el matrimonio, el erotismo de una pareja pierde poder ante la eterna disponibilidad, y el amor se consume sin fuentes de estimulación en un estado de sitio como en el que viven muchos casados. Cuando profundizan en sus dolencias, los cónyuges admiten que se casaron a veces por conveniencia, por desesperación o por soledad pero nunca construyeron la figura del “nosotros”. Una vez juntos, vuelven a sentir miedo a enfrentarse solos al mundo, tienen pánico de lo que diría y haría su sociedad si abdicaran. Pero sin darse cuenta que la felicidad está en sus manos, permiten ser arrasados por la rutina, por el paso del tiempo muerto.
Octavio Paz se refería al erotismo como la poesía de la sexualidad. Pero la poesía no es algo que sucede naturalmente, más bien es un arte que se aprende, y que pocos emprenden. Eso sí, el erotismo se considera un regalo casi obligado de la vida y de la pareja, frustrado la mayoría de las veces. Pero la falta de pasión se atribuye al desamor, a los defectos del otro, a mil motivos que terminan por rebasarlos ocasionando que la relación se consuma en años o meses.

Testigos del desamor

Los hijos nacen para ser testigos de la fortuna o desdicha de la pareja de sus padres, quienes por miedo los usan de rehenes incautos para permanecer en una relación que empobrece a todos. No se dan cuenta los mal casados del daño que hacen a sus familias. No hacen lo necesario por resolver sus problemas, sólo intentan por años soluciones superficiales. No obstante, como tener ese estatus es importante, la pareja permanece en medio del llanto, la violencia, el vacío o la soledad.
Pero los hijos crecen y sin importar la experiencia de sus padres, la boda se repite de generación en generación, aún cuando muchos de ellos saben, en el fondo, que no debieran casarse porque no aman del todo, porque no congenian, porque no existe una relación sana. Se casan para cumplir con el mandato social, biológico o religioso. Se casan para pertenecer a una sociedad que en la edad adulta así lo exige; porque les dicen que así lo manda su Dios; para ganar un estatus.
Pero también es recurrente el matrimonio ya que se convirtió en un cuento donde ocurre el amor y el deseo que buscan los jóvenes para intentar ser felices. Aunque existen parejas maduras y felices dentro del matrimonio, realmente son pocas quienes se encargan de lograrlo. La mayoría espera que ocurra de la nada; aparentan ser felices, pero encubren el secreto de la infelicidad que le carcome por dentro.

Excepcionales

Los matrimonios por amor tienen muy poca historia y aun cuando se supone que son el origen de la mayoría hoy en día, realmente son excepcionales. El número de divorcios es creciente. La gente lo atribuye a una falta de espíritu de sacrificio que padecen los esposos postmodernos, a su individualismo. En estos análisis, pocas veces se menciona la pobreza en los motivos para casarse y la falta de educación para una feliz convivencia.
Ni siquiera el amor puede garantizar la felicidad. Los estudiosos de psicología de la pareja, de hecho, opinan lo contrario. Cuando los matrimonios se hacían abiertamente por conveniencia de las familias, eran más duraderos que los actuales. Resulta obvio, si se casan para ser muy felices, en cuanto escasean las satisfacciones, cesa el interés por seguir juntos.
Antes la gente se unía para toda la vida, las funciones que debían cumplir cada uno estaban claras y aceptadas por todos y cada uno, no había opciones. Aún con problemas, no cabía posibilidad de separase. Prevalecía un sentido del deber en todos los órdenes de la vida. Cada quien tenía que cumplirlo, sin importar el sacrificio que implicara.

Otra dignidad

Hoy día, no existe más el espíritu de abnegación (negación de sí mismas) que distinguía a las madres del pasado. Las esposas han accedido a un estado de mayor salud mental y autoestima que les impide vivir en medio de la indiferencia o la violencia. Tampoco aceptan ya la infidelidad o el alcoholismo de sus cónyuges como opción de vida para ellas o sus hijos. El motivo de las crisis matrimoniales se relaciona con la conciencia de la pérdida del sentido de estar juntos y la ambición de ambos cónyuges de su bienestar. Por un lado, el concepto de la dignidad de la persona se ha elevado junto con el desarrollo humano y el aumento del nivel de conciencia. Ya no se pueden permitir cosas que antes pasaban desapercibidas. Por otro lado, el énfasis educativo en la excelencia o en los modelos en mejora continua, provoca el rechazo de una relación en constante disputa, evidentemente incongruente con la expectativa de perfección o calidad de vida.

El futuro

Ante ese pasado y este presente el camino para la evolución de las parejas está en el proceso de madurez de los cónyuges y en su habilidad para comunicarse en distintos niveles. Aludo a la responsabilidad de cada uno sobre su felicidad y la habilidad de compartirla con otro(a). Desde esta perspectiva, debe quedar atrás la expectativa de una “mitad que me complemente”, o la búsqueda del otro como un modelo a la propia imagen y semejanza. La pareja sana del futuro habrá de conocerse, desarrollarse a plenitud y comunicarse a partir del respeto a la individualidad y la empatía, desarrollando la sensibilidad para detectar y resolver problemas a lo largo de su vida, pero a su vez conciente de la necesidad de su creatividad para construir el paraíso que desea cohabitar .
Es cuestión de seguir evolucionando solamente.

Para reflexionar

*El motivo por el que la gente se casa suele ser el mismo que la separa.
*Para recibir el amor, alguien tiene que darlo.
*Amar es una palabra de adultos.
*Algunas parejas después de subir la mitad de la montaña empiezan a sentirse cansadas y desmotivadas. Optan por bajarse, elegir una nueva pareja y empezar de nuevo la escalada.
Preguntas para la reflexión:
Referencias bibliográficas para profundizar en el tema

EL NORMAL CAOS DEL AMOR: LAS NUEVAS FORMAS DE LA RELACIÓN AMOROSA. ULRICH BECK Y ELISABETH BECK- GERNSHEIM, Paidos Contextos-El Roure, 2001.

EL AMOR DURA TRES AÑOS. FRÉDÉRIC BEIGBEDER. Edit. Anagrama, 2003.

ANATOMIA DEL AMOR: HISTORIA NATURAL DE LA MONOGAMIA, EL ADULTERIO Y EL DIVORCIO. HELEN E. FISHER, Edit. Anagrama, 2007.

LA TRANSFORMACIÓN DE LA INTIMIDAD. SEXUALIDAD, AMOR Y EROTISMO EN ÑAS SOCIEDADES MODERNAS. ANTHONY GIDDENS. Ediciones Catedra, 2006.

EL HECHO FEMENINO: QUÉ ES SER MUJER? EVELYNE SULLEROT, Edit. Argos Vergara, 1979.

PARA UNA HISTORIA DEL MATRIMONIO OCCIDENTAL.LA SOCIEDAD ROMANO GERMÁNICA. LUIS ROJAS DONAT. THEORIA, AÑO2007.VOL.14, PAG. 47-57. UNIVERSIDAD DEL BIO-BIO, CHILLÁN, CHILE
HYPERLINK «https://redalyc.uaemex.mx/redalyc/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=29900106» https://redalyc.uaemex.mx/redalyc/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=29900106

INSTITUTO NACIONAL DE ESTADÍSTICA y GEOGRAFÍA (INEGI). www.inegi.gob.mx