18 octubre, 2013

PARTO ESPIRITUAL

Por Josefina Leroux

parto-espiritualHablar de la muerte siempre es difícil, nos toca profundamente a cada uno de nosotros. Recibí de este tema un mensaje electrónico hermosísimo que hoy quiero compartirles. El texto y la oración (al que hago algunas modificaciones para publicarlo) son de una mujer que desafortunadamente me pidió omitir su nombre.

Hace unos meses una amiga muy querida perdió a su hijo. A pesar de
ser ella una persona de personalidad muy fuerte, prácticamente se derrumbó.

En el entierro no quiso acercarse a la tumba y, más que llanto,
eran quejidos los que emitía durante los funerales.
«Es que duele mucho, mucho…», gemía.
Se me ocurrió una comparación que no sé que tan disparatada sea.
Pensé que lo que a esa madre afligida le pasaba era como un trabajo de parto.
Un parto espiritual, desgarrador, que debe ser peor que el parto
normal.
Cuando una mujer da a luz un hijo sufre dolores, se queja, grita,
tal vez llora, pero lo soporta todo porque sabe que está dando a luz a un
hijo, le está dando la vida.
Por lo general, al ver al bebé se le olvida a la madre el mal rato
pasado.
Cuando una madre sepulta a un hijo es un «parto espiritual» en el
que soporta dolores y congojas al arrancarse al hijo para que pase a la
vida eterna.
La mujer también pasa por una depresión post-parto.
Y en el caso del «parto a la vida eterna», la madre pasa después
por una tremenda depresión originada, creo yo, más por la incertidumbre del
bienestar del hijo, en donde estará, será feliz, que por el egoísmo de ya
no tenerlo al lado.
La tremenda diferencia es que después de un parto, las risas del
bebé, su cuidado, incluso la preocupación por su bienestar, ayudan y
obligan a la madre a recuperarse de la depresión y llenan su vida.
En cambio, para la madre que «parió» un hijo para el cielo, le
queda un vacío que no sabe como llenar…
Oración al hijo que muere.
Amadísimo hijo:

Te descubrí en mí cuando el dolor me laceraba y adormeciste ese
dolor con tu vida.
Naciste de mí y al darte la vida un dolor inmenso sentí.
Te separabas de mí para empezar a vivir.
El dolor del parto me envolvía, pero el gozo de verte nacer me
hacía olvidarlo para solo pensar en ti.

Has nacido de nuevo, y el dolor de verte partir es aún mayor que
aquel que sintiera cuando naciste por primera vez.
Entonces, el dolor era físico pero mi corazón reía porque estabas
al fin junto a mí.
Hoy, son espadas de dolor las que traspasan mi alma, al arrancarte
de mí para entregarte al Creador, al darte de nuevo a luz para que vivas en
el Señor.

Duele mucho, corazón, duele mucho.
Y no es el dolor de saberte perdido, no es el dolor egoísta de no
tenerte más.
Es el dolor del parto espiritual, que te separa de mi lado para
dejarte vivir.
Déjame llorar, vida mía, déjame llorar, no para condolerme de mi
soledad, sino para darte la vida con este dolor, dolor de renuncia, de
entrega, dolor de dejarte partir para que puedas ser eternamente feliz.

Deja que mis lágrimas, como lluvia fecunda, te den la vida en el
Señor.
Deja que limpien de egoísmos mi alma, deja que permitan que brote
la paz.
Paz en el espíritu, paz en mi alma, porque sé que has llegado a tu
hogar, porque sé que, aunque no te vea, estás ahora más cerca de mí.
Porque ya nada podrá separarte de mi lado, porque libre de
peligros terrenales, gozas ahora de vida eterna.

Señor, Padre mío, Tú me conoces, Tú todo lo sabes.
Llamaste a mi hijo y él acudió a Ti.
Lléname de Ti, Señor, para que sepa amarle aún más ahora que
cuando le tenía a mi lado.
Lléname de Ti, para que le ame tanto, tanto, que ese amor calme el
dolor de esta separación y se refleje en amor hacia los que me rodean.
Te he dado a mi hijo, Señor, dame a cambio Tu Paz.
Dame serenidad y esperanza, para que pueda seguir mi camino por
esta vida al lado de quienes aún me necesitan para vivir.