28 octubre, 2013

HERIDAS QUE NO CIERRAN

Por Josefina Leroux

abuso-sexualEs más importante lo que sucede alrededor del evento traumático que la experiencia en sí misma. El apoyo en la familia, la credibilidad que ofrece, el apoyo psicológico recibido, la eficiencia del mismo, la distancia del ofensor, la exposición a ulteriores abusos, el tratamiento público que le den al caso, la denuncia y detención del victimario ayudarán a sanar la herida del abuso sexual, pero la ausencia de esta red, hará más difícil o imposibilitará la recuperación del o la pequeña maltratada.

El valor exagerado de lo familiar resulta en este problema ser un muro para ver el sufrimiento infantil. Antes que éste, en una sociedad de apariencias, importan los adultos el prestigio de figuras de autoridad, el parentesco, el qué dirán, el buen nombre de las familias.
A corto plazo
Existe una cultura alrededor de los sexos en la interpretación del abuso. El efecto depende a cual pertenezcan. Las niñas responden con ansiedad, su autoestima se reduce. A diferencia, los niños reaccionan con desadaptación social y fracaso escolar.
La cultura del silencio y el secreto en torno a la violencia sexual infantil ha causado que las víctimas sufran lo que se ha llamado Síndrome de Acomodación al abuso que tiene varias etapas:
En la primera se observa impotencia que conduce al sometimiento irremediable. Los niños reconocen su indefensión y se rinden ante el ofensor.
La segunda involucra el silencio ante amenazas o miedo al victimario. El abuso en consecuencia se guarda en secreto durante años.
La tercera supone acomodación al abuso que puede convertir a la víctima en pareja del agresor.
Durante la cuarta etapa se da la revelación del secreto, cuando se ha desarrollado seguridad y confianza en una persona que puede ayudar a liberar esta condena. También cuando la víctima ha crecido lo suficiente y se siente fuerte para enfrentar públicamente el abuso.
En la quinta etapa puede darse una retracción por miedo, vergüenza o culpa si no existe una buena intervención de ayuda.
Si no existe un adulto sensible cerca el abuso puede perpetuarse sin que nadie se dé cuenta. En el marco del secreto en algunos casos pueden inhibirse hasta síntomas. En otros pueden presentarse pesadillas, alteraciones del sueño, falta o exceso de apetito, enuresis ( perdida del control urinario), encopresis (pérdida de control de heces fecales).
Los síntomas también son conductuales. Las fugas de casa, el abuso de alohol y drogas, los intentos de suicidio o comportamientos autodestructivos son algunos de las reacciones que se han observado como parte del drama del abuso sexual infantil. Así como la hiperactividad y el fracaso escolar.
Los síntomas emocionales pueden ser los que más dañan a los y las chiquitas que sufrieron violencia sexual. El miedo, la culpa y vergüenza, el aislamiento se relaciona con la ansiedad y depresión padecidas. Persiste un concepto negativo de sí misma y baja estima, reacciones de una cobardía sentida injustificadamente.
Por si fuera poco, la sexualidad se cimbra para siempre. El abuso sexual conduce a una precocidad sexual, un comportamiento inapropiado acompañado de masturbación a ratos compulsiva. Puede presentarse exhibicionismo, problemas de orientación sexual. Ciertos chicos violentados sexualmente pueden incurrir en el abuso a otros más pequeños.
Los síntomas sociales expresan involución: aislamiento y conductas antisociales.
Cuanto más temprano es el abuso mayores estragos tendrá para las víctimas psicológicamente. Los síntomas perseveran y se convierten en patologías a largo plazo si el abuso pasó inadvertido, sucedió de un familiar muy cercano o se repitió mucho tiempo.
El abuso infantil provoca a largo plazo padecimientos crónicos como hipocondría, alteraciones de sueño, pesadillas, problemas gastrointestinales, desórdenes alimenticios, especialmente bulimia.
Respecto a la conducta, los intentos de suicidio pueden persistir a lo largo de la vida como el abuso de alcohol y drogas, inclusive puede provocar un trastorno psicótico.

Las y los adultos que fueron abusados en la infancia tienen una predisposición a ser depresivos, ansiosos.
Las consecuencias del abuso afectan su vida sexual. Pueden sufrir fobias y disfunciones sexuales. Existe en ellos una profunda inseguridad, desconfianza y miedo que les impide construir una intimidad compartida.
Pero probablemente la huella del abuso más fuerte con la que deben trabajar las víctimas adultas es su revaloración personal para evitar que se repitan malos tratos o violencia.
El tratamiento psicológico oportuno y el seguimiento a las víctimas es el mejor remedio que pueda revertir los estragos de esta infamia.