DESESPERANZA APRENDIDA
Los últimos acontecimientos globales y nacionales no hacen más que reforzar una ‘desesperanza aprendida’, que provoca desánimo, impotencia y apatía.
La depresión, es la cuarta enfermedad que más padece la gente del mundo. La Federación Mundial para la Salud Mental, señala que la tendencia a ocupar los primeros lugares sigue aumentando. Hace unas décadas la depresión era un síndrome de personas mayores,
pero en los últimos años cada vez más jóvenes, adolescentes y hasta niños, sufren los síntomas, incluyendo el suicidio.
También se pensaba que la depresión era una enfermedad, y vista desde esa perspectiva se trataba con antidepresivos.
En mi experiencia profesional, como en la de muchos colegas psicólogo/as, los y las pacientes que consumen antidepresivos, pueden librarse de algunos sentimientos pero se mudan a un estado de fragilidad psicológica que les impide el bienestar.
Los padecimientos humanos pueden ser vistos por la psiquiatría bajo el modelo médico que toma en cuenta la parte biológica de las personas. La psicología, sin embargo, contempla al ser humano como un individuo dinámico que interactúa, se afecta y aprende, inclusive a enfermarse.
Nos conceden razón las investigaciones que en los últimos veinte años han encontrado que existe una parte cognitiva de este padecimiento que es aprendida en la convivencia familiar.
Sabemos que en muchas familias existe una predisposición a la depresión y que ésta coincide con patrones de pensamiento pesimistas, ampliamente identificados en el presente.
Los problemas son parte de la vida. Resulta obvio que todos y todas reaccionamos distinto al mismo problema, pero las diferencias son cardinales si hablamos de un pesimista.
La psicología describe cómo las interpretaciones de los traumas y no estos eventos, son los que producen efectos nocivos en las personas. Me refiero a que un accidente puede representar para alguien una segunda oportunidad para seguir viviendo y para otro, una fatalidad de la que nunca va a recuperarse. Las personas optimistas se asumen como sobrevivientes, las pesimistas como víctimas.
Las diferencias entre estas dos polaridades se relacionan con tres enfoques de
interpretación de la realidad: alcance, duración y personalización.
Resulta que las personas pesimistas piensan en la repercusión generalizada, la permanencia de los hechos negativos, y además se culpabilizan de causarlos. En contraste con los optimistas quienes se dan cuenta de la especificidad de sus consecuencias; advierten la temporalidad de los acontecimientos y asumen sólo la responsabilidad que les toca, si acaso viene al caso.
Si por ejemplo, hablamos de desempleo, el pesimista se deprimirá porque interpretará el haberse quedado sin trabajo como algo irreparable ( en cuanto a su permanente) que lo perjudicará para siempre( generalización), para colmo se sentirá culpable porque no hizo suficiente para conservar su puesto.
Las interpretaciones de la realidad pueden ser más optimistas si las personas comienzan a detectar y corregir sus creencias automáticas, si en vez de generalizar, especifican; si llegan a creer que los problemas y los ‘males’ tienen fecha de caducidad; si asumen en ellos sólo su parte de corresponsabilidad y nada más que eso en los sucesos dolorosos.
Pero hay otro tipo de depresiones y desesperanza aprendida, sin duda la peor de todas.
Me refiero a la derivada de una existencia reincidentemente frustrante; cuando no es la interpretación de la realidad la pesimista, sino que persiste verdaderamente un entorno deplorable; cuando el deterioro en la calidad de vida y las crisis tienen tantos años en una escala ascendente que ya no se recuerdan los buenos tiempos.
Se trata de una depresión originada por la afección del ánimo y de la confianza de las personas cuando se les engaña una y mil veces más. Aquella que es producto de la mutilación de la motivación de la gente después de haberse pasado por alto permanentemente sus necesidades. Hablo de una depresión crónica producto de la prolongada falta de oportunidades por la negligencia de los funcionarios públicos que dimiten su responsabilidad de hacer más optimistas los escenarios comunes.
Son los casos en que la desesperanza se filtra en la mente de la gente acompañada de una sensación de pérdida que despoja el alma.
La depresión puede ser un padecimiento biogénico, también aprendido familiarmente, pero a su vez, resultado de un ambiente sombrío que extingue el optimismo.
Esta última clase de depresión es la peor de todas, porque el remedio está en manos de los que deciden el rumbo del país, quienes una vez que están en el poder, sexenio tras sexenio se engolosinan de su estatus y se olvidan del bienestar de la gente sentenciándola a un destino de pérdida inexorable hasta hoy.