4 septiembre, 2013

CONVIVIR EN PAREJA

Por Josefina Leroux

vivir-en-parejaQué difícil ser y hacer pareja con alguien. Vivimos en una cultura que presiona a casarse, pero niega los recursos para hacerlo felizmente. La soltería termina para evitar la profecía de sentirse sola la gente, pero al cabo de los años se da cuenta que la más dolorosa de las soledades se vive en compañía.

Parece que fuésemos las mitades castigadas por los dioses que Platón describió en su obra, condenadas a buscar su complemento.
Será que nuestra naturaleza sexuada nos dicta ese destino al que no podemos escapar, o que la institucionalización de vivir en pareja le conviene a la sociedad para resguardar un orden.
La escritora Evelyn Sullerot dice que es más fácil cambiar un hecho biológico que un hecho cultural .
Nuestra naturaleza humana es sexuada pero, a diferencia de otras especies, es libre para elegir si vivir o no casada. La vida con o sin pareja tiene sentido.
Pero si la sociedad hace pensar la incompletud y sentirla si no tiene pareja, varones y mujeres acabarán por creerlo y experimentarán la infelicidad.
La obsesión por tener una pareja es lo que paradójicamente causa un sin fin de dificultades, no solo a los adolescentes para conseguirla, también a los adultos y a los viejos mantenerla.
Meta difícil pues el enamoramiento dura pocos años, alrededor de tres. El erotismo pierde su poder ante la eterna disponibilidad, y el amor tiene pocas fuentes de alimentación en un estado de sitio como el que se vive en el matrimonio.
Cuando profundizan en sus dolencias los cónyuges, admiten que se casaron por otras razones que sus verdaderos afectos; a veces por conveniencia, por desesperación o por soledad.
Una vez juntos, vuelven a sentir miedo a enfrentarse solos al mundo, tienen pánico de lo que diría y haría su sociedad si abdicaran.

Testigos del desamor

Los hijos nacen para ser testigos de la fortuna o desdicha de la pareja de sus padres, quienes por miedo los usan de rehenes incautos para permanecer en una relación que empobrece a todos.
No se dan cuenta los mal casados del daño que hacen a su familia; son tantos o tan graves los problemas que sufren que algunas veces los rebasan. No obstante, como tener ese estatus es importante, la pareja permanece en medio del llanto, la violencia, del vacío o la soledad.
Pero pasa el tiempo y sin importar su experiencia en casa de sus padres, la boda se repite de generación en generación, aunque en el fondo sepa que no debieran hacerlo por que no aman del todo. Se casan para cumplir con el mandato social más que biológico o psicológico, pues los dos últimos no necesitan firmas ni bendiciones para cumplirse.
Se casan para pertenecer a una sociedad que en la edad adulta así lo exige; porque les dicen que así lo manda su Dios; para ganar el estatus de estables y serios. Contraen matrimonio algunos para salirse de las casas de sus padres a los que ya no soportan o para encontrar alguien quien las mantenga o les atienda sus necesidades.
Aunque existen parejas maduras y felices dentro del matrimonio, son pocas. La mayoría que aparenta serlo, encubre enormes secretos que les carcome por dentro.
Excepcionales

Los matrimonios por amor tiene muy poca historia y aún cuando se supone son el origen de la mayoría actualmente, realmente son excepcionales.
El número de divorcios es creciente. La gente atribuye a una falta de espíritu de sacrificio que padece los esposos postmodernos, a su individualismo. En los análisis, pocas veces se menciona la pobreza de los motivos para casarse y la falta de educación para una feliz convivencia.
Ni siquiera el amor puede garantizar la felicidad. Al contrario, opinan algunos. Cuando los matrimonios se hacían abiertamente por conveniencia de las familias, eran más duraderos que los actuales.
Claro, si se casan para ser muy felices, en cuanto escasean las satisfacciones, cesa el interés por seguir juntos.
Antes la gente se unía para toda la vida, las funciones que debía cumplir cada uno estaban claras y aceptadas por todos y cada uno, no había opciones. Aún con problemas, no cabía nunca la posibilidad de separarse. Dónde podían refugiarse las mujeres con tanto hijo, era más fácil aguantar.
Era el sentido del deber lo que importaba en todos los órdenes de la vida. Tenía que cumplirlo cada uno, sin importar el sacrificio que implicara.

Otra dignidad

Es cierto, ya no existe el espíritu de abnegación (negación de sí mismas) que distinguía a las madres del pasado. Las esposas han accedido a un estado de mayor salud mental y autoestima que les impide vivir en medio de la indiferencia, la violencia o el maltrato por ejemplo. Tampoco aceptan ya la infidelidad o el alcoholismo como opción de vida.
No se trata ya de un asunto de género, como en las décadas anteriores el motivo de las crisis matrimoniales
Son, paradójicamente, los motivos de estar juntos o la ambición de ambos cónyuges de su bienestar, lo que los lleva a tronar su proyecto.
Por un lado, el concepto de la dignidad de la persona se ha elevado junto con el desarrollo humano y el aumento del nivel de conciencia.
Ya no se pueden permitir cosas que antes pasaban desapercibidas.
Por otro, el énfasis educativo en la excelencia, la calidad o en los modelos en mejor continua, provoca el rechazo de una relación en constante disputa y diferencias, evidentemente incongruente con la expectativa de perfección.

El futuro

Ante ese pasado y este presente, el camino para la evolución de las parejas que yo vislumbro está en el proceso de madurez de los cónyuges y su habilidad para comunicarse en varios niveles.
Si cada uno se responsabiliza de su felicidad y aprende a compartirla con el otro. Si deja de esperar que el otro se convierta en un modelo a su imagen y semejanza. Si aprende a comunicarse a partir de la empatía y de lo que siente cada uno, distinguiendo su interpretación de la realidad del otro, será mucho más fácil en el futuro convivir en pareja.
Es cuestión de seguir evolucionando solamente.