26 noviembre, 2013

CONTIGO HASTA LA LOCURA

Por Josefina Leroux

contigo-hasta-la-locura“La relación íntima de pareja brinda gran número de oportunidades de actitud regresiva y progresiva. Ninguna relación humana se aproxima tanto como el matrimonio a la intimidad padres-hijo de la primera infancia; ninguna relación procura una satisfacción tan amplia de las necesidades más elementales de unión, de pertenecerse uno al otro, de cuidados, de protección y de dependencia”.   -J.Willi

En la relación de pareja suelen reactivarse los patrones de interacción que alguna vez se vivieron en la familia. A veces no ocurre la imitación tal cual sino en forma inversa, finalmente se establece otra versión del mismo problema, como el hijo del alcohólico que detesta la bebida pero se casa con una adicta.
En relación a su historia, cualquier persona tiene tendencias a progresar, pero también a regresarse a etapas anteriores de desarrollo. La relación de pareja puede ser la oportunidad idónea para encontrar el equilibrio de un cónyuge que se encuentra en una etapa y en otra.
Me refiero a la dinámica de energías que fluyen y se afectan en el proceso de emparejar. Como la actitud pasiva o dependiente de una mujer que puede sentirse sumamente atraída por un hombre que haya aprendido a hacerse responsable de otros, cuidarlos y salvarlos.
Como anillo al dedo embonarán sus necesidades aunque después de un tiempo sean estas características que los atrajeron, las mismas que les ocasionen la mayoría de sus problemas.
En estas parejas, ambas personas que la conforman carecen de salud suficiente para ser independientes; los dos necesitan compensar sus deficiencias a través del o la otra.
Una actitud regresiva enmascarada en comportamientos infantiles de uno, es tan enfermiza como la actitud progresiva de negar cualquier asomo de debilidad en aquella que asume una postura de fortaleza y sobreesfuerzo que la desgastan.
Cada uno necesita al otro para satisfacer sus necesidades que pocas veces son del todo conscientes. Ambos son insanos, inmaduros e incapaces de ser felices.
Sin embargo, socialmente puede concederse mayor reconocimiento al que se excede en funciones para mantener o sobreproteger a su cónyuge, de modo que puede creerse que es el bueno, el sano, el superior porque funciona más, mientras que al que juega el papel pasivo y sometido se le achaca todo el peso de la crítica o culpa de la problemática, así como los juicios de malo, enfermo o inferior, cuando el conflicto está en la clase de interacción en la que se han trabado.
Locura compartida

Una vez hecha una pareja que se atrae por sus necesidades complementarias, empieza el jaloneo para lograr que el otro haga algo para lo que siente inhibido o impedido, aunque al mismo tiempo lo sabotee con su propia conducta.
Lo vemos a diario en las parejas, por ejemplo en maridos que son tan eficientes que favorecen que sus mujeres se despreocupen pero luego las llaman fodongas. En lo más profundo quisieran no hacer algo, como no se lo permiten, fomentan con su activismo la pasividad de esposa, que a la vez critican cuando lo refuerzan sin darse cuenta.
También en la pareja conformada por una esposa abnegada y sometida que se queja de su esposo autoritario, pero le concede todo el poder para que decida por ella y abuse de su paciencia todo el tiempo. Su apatía suscita que su pareja acabe por dominarla.
La interacción establecida provoca una dinámica en la que se involucran los dos sin darse cuenta: lo que hace uno provoca al otro dando lugar a un círculo vicioso sin fin aparente. Se trata de un dinámica de equilibrio entre dos psiques atrapadas en un combate a muerte.
Hasta que algún cónyuge se destraba, el otro puede adoptar a su vez actitudes nuevas.
Pero no me refiero a las crisis naturales que permiten el paso de una etapa a la otra a lo largo de la vida marital, al contrario, es el actuar como si nada pasara de cada uno y la inconsciencia de necesidades profundas, lo que suscita patrones enfermizos de los dos. No hay causa-efecto, pero sí una secuencia circular como la del huevo y la gallina.
Es el caso del hombre que se sale a beber para evitar la descalificación de su esposa. El dice que bebe porque su mujer lo agrede y ella justifica su maltrato por las contínuas parrandas y borracheras de su marido.
Cada quien, sin darse cuenta, provoca y refuerza la conducta del otro por haber desilusionado las expectativas que uno y otra recrearon solos.
Como aquella joven que se casa con un muchacho apocado (que no fuera violento como su padre) pero luego de tanta apatía y pasividad se desespera y descontrola, tanto que lo intimida y paraliza aún más con su hostigación para que actúe.
Se trata de una complicidad secreta. Hablo de una interacción en la que hay engaño mutuo. Sucede cuando las fantasías o fantasmas de uno persiguen al otro y viceversa. Como el común caso de la pareja que disputa el poder para que la pareja no le domine. En el fondo, ambos experimentan un sentimiento de minusvalía que pretenden superar, ya que temen les sea usado en su contra. Paradójicamente, mientras más intenta imponerse uno, más provoca el combate del otro que lucha para evitar ser sometido. Es como una guerra que no admite tregua pues implica la rendición.
Los celos ilustran otra, manifestación típica de locura compartida que consiste en la complicidad de pareja donde ella pretende vivir su individualidad, pero activa los celos de él (que representan un intento para obligarla a permanecer juntos). El resultado es que, cuando más persigue el celoso a su pareja, más provoca la escapatoria de la esposa, y viceversa.
En todos y cada uno de los casos de complicidad enfermiza, mientras uno u otra no se den cuenta del mecanismo del engranaje que los engancha en un patrón revolvente, o no se hagan cargo de la satisfacción de sus respectivas necesidades ocultas que endosan al contrario, perpetuarán el problema hasta la muerte de la pareja.