17 octubre, 2013

CASI VACÍO

Por Josefina Leroux

casi-vacioCasi la mitad de nuestra vida consiste en separaciones, y a estas penas tenemos que resignarnos.   – C. Dickens
 
Algunas madres pensamos que estamos vacunadas. Las mamás de tiempo completo pero enamoradas de nuestro trabajo.
Creemos que cuando se vayan nuestros hijos los extrañaremos pero nos consolará bien lo propio. Pensamos el momento del “nido vacío” relacionado con la partida de los hijos, cuando su ausencia física desangele los espacios de la casa.
No imaginamos que el vacío comienza a escucharse aún en su presencia, cuando en su mundo salen sobrando los padres. Podemos entenderlo perfectamente, mejor si recordamos haberlo vivido cuando nosotras mismas, hartas de los discursos maternos anhelábamos hacer la vida a nuestra manera, completamente distinta a quienes nos criaron.
Podemos comprenderlo cuando deseábamos entrar y salir sin recomendaciones de por medio, sin preguntas ni comentarios que  cuestionaran nuestros desvelos, nuestros silencios.. Igual que ahora nuestros hijos, detestábamos que nos adivinaran el pensamiento y como en una bola de cristal pudieran leer nuestros más recónditos temores.
Ahora son los y las hijas, quienes nos evaden y cuando mucho nos ofrecen una mirada paciente ante el intento de una conversación. No es un asunto de desamor, el motivo de la separación es la llamada a ser adultos que de pronto el maternaje parece frenar.
Es como un segundo parto.. pero en éste, las contracciones se sienten en el alma, cerquita del corazón; se vive como un desgarro que va rompiendo vínculos como aquel cordón del útero al dar a luz.
Antes fue en la matriz, la vacuidad después es en las entrañas, en el mismo centro del ser de las madres.
No es falta de salud familiar ni conflicto sino al contrario, es parte del ciclo vital que se cumple, la vocación a ser cuando el reloj marca el inicio. Les toca a ellos vivir su vida en la que las madres juegan un papel secundario.
Es su turno, su protagonismo está en primera fila, en un  presente lleno de retos y dilemas que resolver.
Ocurre tan despacio, que es ya  instalada la distancia que se presiente. Se va palpando y sintiendo.
Sin saber lo natural de su esencia, podría  mal interpretarse y convertirse en un grave problema, si las madres reclaman atención y acusan de ingratitud a sus descendientes, si se sienten traicionadas, si los culpan o maldicen por abandono.
No es falta de amor ni respeto, tampoco de ausencia de consideración. Es su Yo pujando desde adentro para vivir su autonomía. No es rebeldía sino la revelación de su psique apenas consciente, la que ya no acepta más protección. Igual que al nacer, sin intención de desprecio, dejan de necesitar el oxígeno y alimento, gratuidad en su vida uterina.
En el embarazo, su vida corre peligro si permanecen más de los 9 meses en el vientre materno. Años más tarde, es la consolidación de su identidad la que peligra con el sometimiento o la simbiosis con papá o mamá.
El crecimiento duele, así como los procesos más naturales, el nacimiento, la muerte… También las separaciones pero, como la ruptura del diálogo, tienen el sentido de propiciar la individuación: la adquisición de un criterio y pensamientos propios que, las y los debutantes adultos van conformando a fuerza de discernir y decidir por sí mismos, tomando riesgos y asumiendo consecuencias.
Las familias en otros lugares del planeta arrojan a la vida a los y las hijas recién adquieren su mayoría de edad; consideran que a esos años ya están criados para enfrentar el mundo. Es la tendencia global que será una realidad cada vez más frecuente aquí en México.
Son los padres, las madres quienes debemos madurar y aceptar que los hijos se irán pues son sujetos por sí mismos y no nos pertenecen. Parafraseando a Gibran Jalil Gibran, podemos darles nuestro amor, más no nuestros pensamientos. Porque ellos tienen los suyos. Podemos albergar sus cuerpos, más no sus almas. Porque estas moran en la casa del mañana, que no podemos visitar ni aún en sueños.
Nos dicen que el amor es eterno, quizás el divino, no el amor humano. Si aprendiéramos que los amores son temporales, no sufriríamos tanto.