25 octubre, 2013

APRENDER A SER FELICES

Por Josefina Leroux

felicidadA mí me enseñaron a sufrir.

La felicidad es el fin del hombre, coinciden muchos autores, pero es  raro quien alcanza esta meta. No nos enseñan a ser felices, todo lo contrario. Nos damos cuenta de esto muy tempranamente. 

“A mí me estorba la responsabilidad, quisiera que a veces me valiera un comino todo y dedicarme a complacerme, pero no puedo”.” Me dicen que soy muy considerada con todos, es cierto, me dejo en último lugar”. “Estoy harto de trabajar, cansado de que mi esposa e hijos no vean en mí más que a un cajero automático”. “Nadie me hace caso en  casa, entro y salgo como autómata”. “Odio estar en casa, no se escucha otra cosa que malas palabras, pleitos, gritos”. “Necesito tanto que alguien me ame auténticamente. Alguien que me descubra”.

Son frases que escucho frecuentemente en una población que pide ayuda y que sufre.

Cuando recuerdan su niñez las personas hacen consciente  como nadie nunca les enseñó a ser felices.

“Mi madre siempre quiso que fuera una profesionista”. Mi padre desea que gane mucho dinero”.” A mí me educaron para que me casara con un rico que me mantuviera”. “A mí, decía un hombre, siempre me dijeron que tenía que velar por mis padres y luego por mis hijos”.

De manera que los desobligados e irresponsables acaban siendo los más felices. 

¿Estará peleada la felicidad con la ética, con la moralidad?

Se supone que optar por el bien nos hace felices. Tal vez a los más espirituales, los menos. El común de la gente necesita satisfacciones, gratificaciones, ser respetada y querida, tener oportunidades para autorrealización.

Pero el bien que nos enseñan es el del otro, no el propio. El que piensa en su bien, es considerado egoísta.

Mala interpretación de la Biblia, ama al prójimo como a ti mismo, es la máxima cristiana. Eso justamente, amarnos como amamos al prójimo y darnos lo que le prodigamos.  Es ese balance que no se logra en justa medida y embarga la felicidad a unos o a otros. Si hago lo que se me da la gana soy feliz de momento pero hago infelices a los demás. Si pienso en demasía en la felicidad ajena, me quedo sin ella. Nos han enseñado para estar en los extremos.

Preocuparme en exceso por que todos estén bien y olvidarme de mí finalmente agota el ánimo y consume el bienestar. Hacer lo que me plazca y mandar a todos a la fregada conduce al aislamiento.

El placer es ético, dice el sacerdote Pablo Velasco. Es parte de la felicidad por la que existimos, pero no implica la legitimación  del robo a la alegría de otros. 

Qué importante aprender a ser felices, responsabilizarnos de ello. Quién sino nosotros, cada una, uno. La felicidad es obligación nuestra, de nadie más.  

Hace mucho tiempo, cuando estudiaba psicología, un maestro nos preguntó como examen final qué era la felicidad. Mis compañeras escribieron varias hojas. Yo desde entonces me distinguía por la brevedad. Hacer lo que uno quiera, escribí. Sigo pensando lo mismo. 

No excluyo el amor. Querer a alguien, hacerlo feliz, causa un gozo enorme. Pero sin olvidarnos de nosotros mismos, de lo que queremos para llevarlo a cabo.

Desde niños, niñas  necesitamos aprenderlo. Dejar de recetar a los chiquitos la alegría u obligarles la risa. Mejor preguntarles, “qué quieres”,  intercalado al natural con los deseos de los demás. Trascendente les será aprender a respetar los mismos derechos a la felicidad de los otros teniendo muy presentes las propias necesidades y deseos. 

Es una justa dimensión de la existencia que merecemos.

Los valores familiares serán el buffet donde pueda elegir un, una pequeña qué querer. La amplitud de opciones para ofrecer   dependerá de la creatividad para mostrar lo importante, los valores de la familia y la sociedad. La confianza dará el rango de libertad para atreverse a aventurarse. 

Podemos jugar con los juguetes olvidados, ir al parque, hacer un picnic, producir una película.., les sugería a mis hijos cuando eran niños. Y hacíamos guiones y los actuábamos.

Tiempo para jugar necesitan los niños, tiempo para recreación les urge a los jóvenes. No hablo del reventón y los excesos, de la evasión por falta de educación e imaginación para conocer otras formas de gozo. 

Un verbo (jugar) que se ha dejado de conjugar. Ahora se entretiene a los niños, se les da show y se les compra muchos juguetes para que los consuma y se les enseña como intentar ser felices. Quizá un ratito.

La felicidad que anhelamos es más profunda. Es aquella que involucra de fondo nuestro “yo”, el que se asombra al descubrirse  o al asomarse a otros en los abismos de su ser.

Qué mejor regalo para el día del niño que proponerse sus padres enseñarle a ser feliz