23 octubre, 2018

Mi presentación de «Laúd en el desierto», obra de Luis Estrella

Por Josefina Leroux
Monterrey, NL. 19 oct. de 2018
LAÚD EN EL DESIERTO
15 poemas de una biografía no autorizada
Luis Estrella
Te agradezco Luis, que me hayas elegido como presentadora de tus provocaciones poéticas.
Aclaro que soy psicóloga y no puedo dejar de ver  la psique en los poemas, tampoco alusiones sexuales.
Para iniciar su biografía, elige tu narrador, el término “introito”, no prólogo.  Introito que también es el nombre que se da a la entrada a la vagina o la apertura a una vida que inicia una existencia involuntaria, y en el caso de tu personaje: lúgubre.
Porque este Introito, es un puente hacia la obscuridad, tristeza, a una mirada siniestra del mundo… Me recuerda la sentencia de un psicoanalista discípulo de Freud: Otto Rank, que afirmaba que el nacimiento es un trauma.
El narrador en tu autobiografía “no autorizada” (dejo pendiente la pregunta para el final), habla de  «Una puerta rota, una puerta desvencijada por el horror, eso es el mundo».
Un narrador creyente que tiene esperanza en la oración. Pero no cualquier oración, más parecen gritos rebeldes que provienen de la mirada al dolor  del narrador.

Como la Oración del Hastío, en la que grita al sol  porque adolece del mal de quien está enfermo de poesía… No la goza porque está enlutada por falta de gracia e infectada de rabia.
La poética en la oración de la epilepsia, alza su voz y describe una estética de la crudeza de una realidad vista sin pudor.
Leo un párrafo:
“En la calle las palomas visitan brevemente mis pestañas; es para recordarme con su olor a excremento que vale más entre el vivir y lo vivido, el olvido o la memoria sepia de las fotografías”.
Y siguen imágenes repulsas, negras, color sepia, como describe el narrador las memorias del olvido.
Es la poesía de Luis Javier en este libro, una colección de imágenes desgarradoras: la de los palomos, el
olor a su excremento en tus pestañas y tu asociación: más vale el olvido que vivir y lo vivido.
Siguen oraciones que cimbran la conciencia.
En la Oración del Sueño, dice el narrador:
“En mi familia hay silencios desconocidos,
alumbran con una gran antorcha
la soledad de la cañada”.
Me encanta la metáfora: los silencios de familia alumbrando con una gran antorcha la soledad de la cañada.
Es una constante tu conciencia del dolor existencial, de los vacíos y la miseria plasmados con sarcasmo poético.
Curiosamente, en la Oración de la Melancolía surge el placer como esperanza del poeta, pero habla desde su melancolía por su ausencia.
“En mí habita el sol, pero en sol que perece.
En mí habita la luna, pero una luna que perece.
El placer se ha ido
donde ahora el asfalto puebla las voces
y les arranca la libertad”.
Palabras que taladran las apariencias, la felicidad fingida en la era digital.
En la Oración de la Escritura, continúan imágenes que me estrujaron: «un gato me mira, come mi alma»; «En mi mente hay un océano, se desangra a borbotones».
Sólo persigo una misión, la del pordiosero
Como del artista, como del ser que habita en mí cuando cruza la calle
Y bebe el aliento matutino de la miseria.
Palabras densas en este «Laúd en el desierto»,  palabras que amontonan significantes.
En El Diván del Soñador se crea otro espacio, un respiro, contrastes; el narrador sale del limbo.
“Entre los árboles pájaros ensalzan el gorjeo…”
“Yo he oído su canto en la noche, pero hoy              bien quedito, cantaron en mis sueños”.
No obstante el hiper-realismo del poeta es notable, como la convivencia de los opuestos, el diálogo de la vida con la muerte a lo largo de este libro. Los claroscuros de la existencia, la sombra omnipresente.
En sus rezos aparecen los sueños y se menciona la poesía y se habla de un Dios que, per se, hablan de esperanza en disenso con la constante imagen de las soledades.
Escuchen esto:
En las esquinas los faroles anuncian
a la noche como la vigía de las soledades.
Más adelante, el poeta grita, va “entre cadáveres que danzan entre luciérnagas”, en La voz del que regresa:
Ya no nazco, muero.
Ya muero en este espacio inhabitable.
La melancolía es permanente, una lucha diaria, inocente, ante una  sobrevivencia no pedida.
Compadre, te cambio el sol por la luna.
Mi caballo por tu imaginación.
Mi fastidio por tu silencio.
Para mí, son imágenes entrañables.
El laúd se escucha de repente en el desierto como responsable introspección:
-No hay tiempo para estar en la lluvia.
Hay tiempo para seguir.
-Pensando la vida se nos va el tiempo, dice el narrador.
Yo ya pasé esa fábula, no quiero mojarme de ilusiones,
no quiero revivir la fauna atroz que viven los pordioseros.
Y nuevamente  se conjuga con la rabia de un personaje:
¡Los cazarán a todos!
¡Les hago esta promesa por los ojos de mi madre cuando se moría afuera de un hospital y la dejaron desangrarse!
¡Que se mueran todos!
¡Que se muera Dios!
¡Que les arranquen los ojos los cuervos!
¡No hay ningún lugar bendito en este valle de mala muerte!
¡Y que me escuchen, estoy gritando la verdad hasta donde alcanza mi voz!
¿Quién es feliz?  ¡Que dé un paso al frente y yo le arrojaré una piedra por mentiroso!
¡Esta vida es un viaje a ninguna parte!
¡Quizá sea un pordiosero, pero sé de qué putas hablo!
Compara al pordiosero con el alienado urbano, otra forma de estar podrido.
Me levanto a las seis de la mañana, duermo a la 1 de la madrugada.
Trabajo once horas, a veces doce al día.
Son setenta y dos horas a la semana en promedio.
En un año son casi tres mil quinientos horas.
¿Cuántas horas dedico a vivir?  ¡Haz la cuenta, garzón!
¿Me queda tiempo para amar, para odiar, para coger?
Cualquier semejanza con la realidad es mera casualidad…
Y a la par salen todos los animales:
putas, padrotes, yonquis, enfermos sexuales,
trabajadores pensando en el suicidio, abusadores,
políticos con la mirada de Judas.
Ojalá algún día llueva ácido y se lleve toda esta mugre.
El poeta es un observador acucioso, no sólo de la realidad sino del sentimiento.
En el doble sepelio
Pronto comenzarán las lágrimas
-dije-
y, cuando bajen el ataúd, el amor volverá
a sus ojos, nos verá a todos reunidos.
Tenías las manos cruzadas sobre el pecho,
el rostro quieto: dormías.
-¡Enrique, ay, Enrique!
El capítulo del entierro del abuelo nos remite al contacto irremediable con la muerte del otro, que a todos conduele.
Y en un ejercicio de paradojas habla el poeta desde otra vida A todos mis (sus) vivos
Soy un muerto que reclama a los vivos su partida.
¿Dónde se han ido Reyes, Salvador, Carlos y Gerardo?
¿Por qué se alejan y no me buscan?, ¿qué hice?
Ningún hombre es tan cobarde como el vivo,
apenas te vas del mundo y ya no se acuerdan,
y si lo hacen, cada año te avientan flores en tu tumba.
De pronto da voz a un muerto, quizás un muerto en vida quien reclama su ausencia a quienes le dieron vida.
Muerte, luto, desasosiego, miseria, son comunes denominadores de esta «biografía».
Aunque de vez en vez, asoma otro horizonte en su movimiento.
Camino, al paso camino.
Pienso en la voz del pintor cuando supo mis sueños.
Avanzo, sólo avanzo.
Sólo me detengo a oír la tórtola en brazos de un árbol.
Y al final, emerge la confianza y un propósito de vida, se escucha el laúd en el desierto.
Círculos en las nubes corren en mis venas
y hasta ahora me detengo a vivir,
hoy que la noche es más densa que en la ciudad.
Te felicito Luis porque eres la Estrella que ilumina las soledades con estos poemas.
¡Léanlos!                                                                            Josefina Leroux